jueves, 10 de enero de 2013

Regalo de reyes.

Me he permitido regalar a mi hermano esta historia de terror del blog de Elvira Torres. 
Os la presto para que la disfrutéis vosotros también.


El músico.


Pateaba la calle abarrotada de tiendas en busca de un regalo para su hermana a pesar de que ella le regalaría algo realmente inútil o incluso haría como el año pasado y olvidaría comprarle algo. Al final de la tarde compró un pañuelo marrón con unas golondrinas estampadas, a ella le encantaría así que dio la misión por finalizada. De vuelta al coche pasó junto al escaparate de una tienda de segunda mano. No la había visto antes, y es posible que la viese ahora por que se acababan de encender las luces de de las vitrinas. Se paró a mirar los despojos que contenía a través del cristal sucio, nunca le habían llamado la atención estos lugares, pero todas aquellas cositas brillantes le atraían de una forma casi hipnótica. Entonces lo vio. Al fondo de la tienda y apoyado contra una pared estaba aquel piano. Era bastante antiguo e incluso a través de la mugre del cristal se podía apreciar que se encontraba en un mal estado de conservación, pero aún con esas decidió echarle un vistazo de cerca. Al entrar sonó una campanilla que parecía resquebrajada, y al instante salió un vendedor de la trastienda. Se dirigió directamente al piano y el dependiente le siguió con la mirada. Efectivamente estaba hecho un asco. Posó los dedos de la mano derecha sobre las teclas e intentó tocar la mitad de un acorde, pero al hacer presión hacia abajo el único sonido que sonó fue un ruido sordo, como un golpe seco sobre un montón de almohadas.
- ¿Que pide por él? - preguntó sin apartar la mirada.
- 250. Está un poco hecho polvo pero alguien con idea sería capaz de repararlo fácilmente. - Contestó el vendedor rascándose la barba de tres días.
- Le doy 100. - dijo él de un modo tajante, esta vez si le miró. El hombre tras el mostrador dudó unos instantes, y finalmente meneando la cabeza de lado a lado dijo:
- 150 y haré que se lo manden a casa. - El chico intuyó que sería su última oferta, y además no se veía capaz de arrastrar él solo un piano y llevarlo a casa en su diminuto coche así que aceptó. Dio sus datos al dependiente y salió de nuevo hacia la calle.

Al día siguiente llevaron aquel trasto al piso que compartía con su novia. Dio gracias por que ella no estuviese en casa, si no al ver aquel despojo le habría pedido amablemente que lo tirase a la basura, pero de esta forma pudo dejarlo en su habitación de música, donde tenía otros instrumento y libros recopilados a lo largo de sus años de estudio. Desde que era un niño había dedicado su vida a la música, décadas de conservatorio, años de clases, muchas horas de estudio y preparación, cursos de composición, ritmo y dirección, se podía decir que era un auténtico apasionado de aquel arte, además de un virtuoso ya que era muy capaz de sacar música de cualquier trasto sobre la tierra, y eso es lo que pensaba hacer con aquel piano viejo y mugriento.
Pasó varios días arreglando aquel trasto. Lo había comprado por un precio bastante irrisorio, eso era cierto pero a penas unos pocos días ya había invertido casi el triple del precio inicial en cuerdas, patillas y teclas de repuesto. Estaba realmente entregado a la tarea de recuperar aquel artefacto musical. Y mientras lo hacía una melodía sonaba en su mente. Le era vagamente familiar pero desconocida al mismo tiempo, y conforme iban avanzando los días aquella musiquilla iba adquiriendo más fuerza añadiendo notas vigorosas a su melodía, hasta que la final era capaz de escucharla sin estar cerca del piano. Incluso una noche sentado en el sofá, viendo una película con su novia, ésta le grito de repente:
- ¿Pero que haces? - Él la miró desconcertado, no sabía a que se refería, y ella al ver su cara de merluza continuó: - Estas tarareando esa canción otra vez, deja de hacerlo, no me dejas ver la película en paz.
Se quedó perplejo, ¿Estaba realmente tarareando aquella melodía que solo podía oír en su cabeza? Si era así tenía un problema. Se levantó de repente y se dirigió a su sala de estudio. Su piano estaba completamente reparado, y a pesar de ello todavía no lo había tocado, así que preparó unas hojas en blanco, mordió un lápiz, y puso las manos sobre las teclas. La melodía que había estado canturreando mentalmente se dibujó entre sus dedos y las teclas blancas y negras, algunas de marfil otras de plástico, como si fuese una música que había tocado cien veces. Un sonido meloso y pausado que invadía toda la estancia. Tocó durante unos minutos como si sus dedos fuesen parte de un autómata y entonces paró en seco. Tenía que apuntar aquellas notas, la música era fantástica, quizás lo mejor que había hecho en su vida. Pero al enfrentar el lápiz mordido y babeado al papel en blanco no supo que escribir. La música estaba allí, pero las notas no. Se frotó las sienes con ira: aquello era una estupidez; ¿si era capaz de colocar los dedos como no iba a saber escribir las notas? entonces un ruido detrás de él le desconcentró. La única luz de la sala emanaba de una pequeña lamparilla que había colocado sobre el piano, se dio la vuelta para ver que era aquello pero solo encontró oscuridad. Las siluetas de sus estanterías y sus otros instrumentos estaban allí fundidas en el negro, como mudos testigos de su nuevo romance con aquel viejo piano, entonces en una esquina pareció que algo se movía, algo del tamaño de una ardilla, o un gato quizás, él se levantó para verlo más de cerca y la puerta de la habitación se abrió de par en par inundando todos los rincones con la anodina luz del pasillo.
- Yo me voy a dormir, tu si quieres puedes quedarte ahí, pero no hagas mucho ruido. - Dijo su novia sujetando el pomo con cara enfurecida, y después cerró la puerta con el mismo movimiento rápido con que la había abierto. Él se quedó de pie en el centro de la sala. Alargó la mano hasta la pared y encendió la luz. Aquel sonido le había puesto los pelos de punta. Hizo un esfuerzo por desterrar aquella experiencia, volvió a sentarse frente al piano y empezó a tocar de nuevo. Esta vez intentado memorizar los movimientos de sus manos para poder identificar las notas. Estaba absorto en su tarea, no vio las sombras de los muebles y los instrumentos a su alrededor empezar a transformarse, a volverse densas y pegajosas, como la materia primigenia de la que todos venimos, no oyó los pequeños chirridos y gemidos de las criaturas que empezaban a nacer (o renacer...) a su alrededor, alimentados por la magnífica melodía que salía de su talento. Paró la música y apuntó unas cuantas notas. No eran exactas, pero se aproximaban, no entendía por que no era capaz de retenerlas, era como si alguien estuviese manejando sus manos por él, entonces volvió a oír aquel ruido. Era como un cuerpo blando y pringoso arrastrándose por el suelo a una velocidad mínima. Se dio la vuelta asustado y lo vio. Era una especia de animal, y a pesar de que se había criado en el campo nunca había visto nada así, era una bola de carne peluda, tenía el pelo apelmazado y cubierto por un moco como los recién nacidos cubiertos por los restos de placenta de su madre, se arrastraba ayudándose de unos pequeños muñones irregulares, le miraba desde el suelo con unos ojos grises algo licuados, abriendo y cerrando su boca. Él cogió una pila de libros y los estampó directamente contra el animal. Tardó un rato en limpiar aquel estropicio. El bicho había quedado desparramado por el suelo y al limpiarlo le habían dado arcadas. Pero eso no era lo peor, lo peor era que al verlo lo había invadido una sensación de terror inmensa, y al aplastarlo había olvidado su música. Cuando terminó salió de la habitación enfadado, directo a la cama, ya era de madrugada. Y al sentarse sobre el lecho la música volvió a su mente. Corrió de nuevo hasta el piano y volvió a tocar, esta vez la melodía crecía, se volvía más fuerte y profunda, avanzaba como una manada de caballos desbocados desde su mente hasta sus manos, él se vio absorbido por ella, no podía dejar de tocar, estuvo así durante casi una hora, tocaba como si estuviese poseído, con una fuerza vital impropia, aquella canción era de una hermosura digna de los mejores compositores, y entonces un grito agudo lo sacó de su ensoñación. De un salto se puso en pie y miró a sus espaldas, lo que vio le heló la sangre. Su novia era la que había gritado desde la puerta, estaba en pijama y se llevaba las manos a la cara asustada, mientras balbuceaba cosas incomprensibles. A su alrededor más de aquellas criaturas habían salido de las sombras, empezaban a dirigirse hacia él, algunos seres más desarrollados que el anteriormente aplastado abrían y cerraban sus bocas llenas de dientes puntiagudos mientras babeaban sin control. Ella gritó algo como “Tenemos que salir de aquí”, él cogió la pequeña lámpara colocada sobre el piano todavía encendida y la lanzo contra aquellos seres, al estrellarse sobre ellos saltaron algunas chispas y los engendros comenzaron a arder. Las llamas crecían rápidamente, y su novia tiraba de su manga instándole a salir de aquella pesadilla, o bien sería devorado por alguna de aquellas alimañas o por las llamas que parecían salidas del propio infierno.

Los dos salieron corriendo del edificio. Ella en pijama y con el pelo enmarañado no podía creer lo que había pasado. Él miraba hacia su piso en llamas, ya casi no recordaba la música que antes tocaba tan apasionadamente, estaba en la calle con lo único que había podido salvar, un viejo clarinete que le habían regalado sus padres a la tierna edad de 13 años. Desde aquella noche la música no volvería a sonar del mismo modo.   

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